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Se trata de un proceso integral, que comprende a la persona en todas sus dimensiones, y se
extiende desde el momento del diagnóstico de una enfermedad grave, que amenaza la vida,
trascendiendo la muerte de la persona. Este acontecer incluye el acompañamiento a la familia
y al entorno más cercano, en el proceso de duelo.
Desde la mirada disciplinar de la Terapia Ocupacional, se pretende una visión global e
integrada del ser humano, entendiendo que cada persona es y va siendo con los otros; así, se
encaminan las prácticas con el fin de promover la calidad de vida de la persona y de su
entorno significativo.
Pensar en calidad de vida implica un proceso que nos conduce a hablar, también, de calidad de
muerte; y para poder comprender estas nociones debemos remitirnos necesariamente a cada
persona en su más profunda subjetividad, valorando su sistema de creencias y
representaciones, sus percepciones acerca de su experiencia vital, sus registros de necesidad
y sus deseos.
En este escenario la familia conforma, junto con la persona que atraviesa la enfermedad, una
unidad de cuidados, y en este sentido, las acciones estarán también dirigidas a brindar sostén
a ese grupo familiar, promoviendo la salud y previniendo la claudicación. Así, la familia se inscribe como una red de contención para ese otro que sufre y para ellos mismos, en ese
devenir que inexorablemente los incluye y les demanda más que la sola presencia.
En todo este proceso de interacción, T.O. - persona - familia, la comunicación aparece no sólo
como herramienta básica del ser humano para el devenir con el otro, sino también como
recurso terapéutico consciente y responsable para el apoyo a las intervenciones y el
acompañamiento; entendiendo el proceso de comunicación como un entramado que se va
tejiendo en el encuentro con el otro, que algunas veces se construye de una manera fluida, y
otras tantas halla, en su acontecer, infinidades de obstáculos.
Comprendemos la comunicación entonces, como un proceso continuo y dinámico, en el cual
están ineludiblemente comprendidas todas nuestras acciones; estamos, aún sin quererlo,
comunicando constantemente... Desde cómo nos paramos, cómo nos vestimos, cómo miramos
al otro o como dejamos de mirarlo, las distancias que mantenemos, las palabras que
utilizamos para armar nuestro discurso. Este sinfín de expresiones va trazando un bosquejo
de nuestra existencia y contribuye a formar los espacios de interacción con los otros. |
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