Resumo:
Hacia fines del siglo XX comienza a implementarse en nuestro país el
modelo económico neoliberal. El mismo trajo aparejado un cambio en la forma
de distribuir la riqueza, provocando en consecuencia cambios en toda la
estructura social, generando una nueva categoría de pobreza que son los
“nuevos pobres”.
El aumento de la pobreza no vino acompañado de un aumento en las
políticas sociales como forma de distribución de la riqueza, sino por un
abandono de las funciones del Estado.
De este modo vemos como la problemática social irrumpe y se filtra
permanentemente dentro del sistema educativo: la falta de trabajo, el hambre,
el trabajo infantil, la violencia social y familiar, el deterioro en el medio
ambiente, entran a la escuela cotidianamente de manos de los niños y sus
padres.1
Las escuelas, que fueron pensadas como un lugar de igualación, se ven
desbordadas por los efectos de las políticas que diferencian y desigualan.
Es en este contexto donde los Centros Educativos Complementarios
(CEC), surgidos en la provincia de Buenos Aires hacia mediados de los
sesenta, se resignifican y cobran un nuevo protagonismo. Estos centros se
integran a la red educativa formal, aportando espacios en los que se
desarrollan actividades complementarias a la labor de la escuela.
El desafío que se presenta aquí para el trabajador social es el de unirse
al Equipo de Orientación Escolar y participar de la vida del Centro desde una
perspectiva que le permita visualizar la intervención, reconocer las necesidades
sociales como indicadores de procesos de deshumanización y posibilitar una
mejora en la calidad de vida de todos los actores que forman parte del CEC.